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Síndrome de delirio de COTARD | ZOMBIES REALES

El síndrome de delirio cotard, también llamado delirio de negación o delirio nihilista, es una enfermedad mental relacionada con la hipocondría. El afectado por el síndrome de Cotard cree estar muerto (tanto figurada como literalmente), estar sufriendo la putrefacción de los órganos o simplemente no existir. En algunos casos el paciente se cree incapaz de morir.


A continuación te contare 4 casos bastante interesantes.


LA MUJER ZOMBIE

Una mujer de 48 años de edad, quien vivió en Estados Unidos desde los 26 hasta los 47 años. Durante su estancia en estados unidos presento episodios depresivos recurrentes para los cuales recibió múltiples tratamientos.

Su regreso a Colombia ocurrió a finales de 2006, después de ser despedida de su empleo y de verse obligada a renunciar a un apartamento y un automóvil adquiridos con crédito. Inicia una sintoma-tología consistente en insomnio, hiporexia (disminución parcial del apetito), anhedonia (incapacidad para experimentar placer), tristeza y ansiedad, además de ideas de culpa, desesperanza y minusvalía. En una ocasión “intentó cortarse las venas”, pero, según sus propias palabras, “no tuvo el valor”, y apenas se hizo un corte superficial. En enero de 2007 fue evaluada por un psiquiatra en Cali, quien ordenó tratamiento con “antidepresivos” y “pastillas para dormir”. Para febrero del mismo año no se apreciaba mejoría, y viajó a Medellín a vivir con su hermana, quien se había ofrecido a ayudarla.

La mujer expresa la siguiente descripción de hechos que habrían ocurrido en Medellín: “El 20 de febrero DEL MISMO AÑO por la noche vi que un humo me salía por la boca. Al día siguiente me miré al espejo y vi que mis ojos habían cambiado: no tenían vida”. Y agrega: “Me di cuenta de que ese humo era mi alma saliendo de mi cuerpo”. Esto lo interpretó como “un castigo por haber deseado la muerte, por haber intentado suicidarse”. Desde entonces, empezó a hablar constantemente de haber sido condenada a ser “una muerta en vida, un zombi por toda la eternidad”. Manifestaba que “su alma había sido arrebatada por algún poder sobrenatural”. Dijo no conocer la naturaleza exacta de éste, pero pensaba que podría corresponder a Dios, al diablo, o a una fuerza más poderosa. Además, empezó a tener alucinaciones olfatorias y cenesté-sicas: percibía un “olor a podrido” que emanaba de su cuerpo y un “cosquilleo bajo la piel”, síntomas que interpretó como señales de que su carne se estaba descomponiendo, y de que los gusanos pronto iban a romper la carne y a salir por la piel. Así, redujo ostensiblemente su ingesta de alimentos, decía que un muerto no come y no va al baño.

Debido a esta situación, fue llevada a la consulta de varios especialistas, según dice, neurólogos, psiquiatras y psicólogos. No recuerda los tratamientos prescritos. Se sometió, además, a varios “ritos de sanación y liberación” en diferentes iglesias cristianas. Para junio, el discurso y la conducta de la paciente no habían cambiado, y ya se reportaba una pérdida considerable de peso, causada por la negativa a ingerir alimentos y acentuada por la convicción de que ya no tenía órganos. Con estos síntomas consultó una institución de salud mental en Cali.

En la primera consulta de urgencias Se hizo una impresión diagnóstica de esquizofrenia paranoide. Dos semanas más tarde, teniendo en cuenta los antecedentes de síntomas depresivos, se planteó como diagnóstico diferencial depresión mayor con síntomas psicóticos.

se logró una mejoría al asegurar la ingesta de alimentos y las actividades de autocuidado, lo que determinó la decisión de dar alta de la sala, con remisión a hospital. Allí se obtuvo algún grado de mejoría: desaparecieron las alucinaciones olfatorias y cenestésicas, pero la ideación delirante permaneció intacta por, al menos, seis meses más: constantemente repetía que estaba muerta, que era un “zombi”, condenada a permanecer en la tierra eternamente. Estas ideas le generaban una gran ansiedad. Aunque se observaba ingiriendo alimentos, decía que llevaba varios meses sin comer, pues aseguraba que simplemente no deglutía nada, que por dentro estaba vacía, desprovista de órganos.

Por aparición de efectos adversos, se cambió la medicación. Para febrero de 2008, al no presentar mejoría de su sintomatología, se decide instaurar como herramienta terapéutica la terapia electroconvul-siva (es un procedimiento que se lleva a cabo con anestesia general y que consiste en pasar pequeñas corrientes eléctricas a través del cerebro, para desencadenar una convulsión breve de manera intencional), previo consentimiento de la familia; en total fueron seis sesiones, después de las cuales se observó disminución en la intensidad de su ansiedad, pero sin cambios en el contenido de su pensamiento. Un mes más tarde, la paciente presentó síntomas maniformes, dados por aceleración psicomotora, logorrea y elevación del estado de ánimo; por este motivo, se le inició manejo con ácido valproico como modulador afectivo, a dosis de 750 mg/día, con lo que se logró un adecuado control de estos síntomas. Después de tres semanas fue notable el cambio en el contenido de su pensamiento: dejó de lado las ideas delirantes de tipo nihilista, y en las entrevistas que se realizaron desde entonces, su discurso se centró en el interés que decía tener por regresar al exterior por su cuenta. Esta observación fue compartida, además, por los familiares de la paciente, quienes reportaban una completa mejoría. Así, libre de síntomas durante un mes, se le dio salida de hospital día.

DOCTOR, SOY UN PERRO MUERTO

Quizá el caso más intrincado jamás publicado apareció en 2005 en la revista Acta Psychiatrica Scandinavica: un hombre iraní de 32 años no solo creía estar muerto, sino que también decía haberse transformado en perro; lo mismo que su mujer, afirmaba. Sus tres hijas también habían fallecido y se habían convertido en ovejas, por lo que temía atacarlas si no se controlaba. Además, sufría manía persecutoria.

Los médicos que lo trataron, en el Hospital Beheshti de Kermán, le diagnosticaron un cuadro conjunto de Síndrome de Cotard y Licantropía Clínica, atribuyendo parte de sus síntomas a la culpa que sentía por haber mantenido relaciones sexuales con una oveja. La medicación y las sesiones de terapia electroconvulsiva lograron mitigar los síntomas.

EL hombre condenado


Se trata de un varón de 47 años, actualmente se encuentra viviendo en Lima, Perú.

Dos meses antes del ingreso al servicio de psiquiatría de nuestro hospital, su esposa comenzó a notarlo ansioso y triste, en algunas oportunidades lloraba y manifestaba que estaba “muy preocupado porque no sabía cómo iba a pagar el préstamo”.

el varon comenzó a despertarse frecuentemente en la madrugada, sintiéndose ansioso. Una noche le dijo a su esposa que él le había sido infiel, además que era un “mentiroso” y que “debería estar preso por eso”. Refirió además tener una “sensación que no podía describir”. Luego de dos días ya no quería salir de su hogar ya que “pensaba que algo malo le podía suceder” y solicitó a su esposa que lo mate para salvarle, ya que debido a sus mentiras se encontraba “condenado”.

Una semana antes del ingreso psiquiátrico el paciente comenzó a referir que estaba siendo “vigilado”, además de “perseguido”. A esto se agregaron alucinaciones auditivas peyorativas: “eres un inútil”, “no sirves para nada”, “eres un pecador”, “nunca vas a tener dinero”. Expresó sus intenciones de tomar veneno “para ponerle fin a todo este sufrimiento y condenación”. Luego comenzó a decir que las personas que le rodeaban “están muriendo”, “les están quitando la vida”.

Estando hospitalizado refirió que se encontraba “enfermo” debido “a todos sus pecados”, además de escuchar varios tipos de voces que procedían de “fuera de su cabeza”. Nos refirió además que desde hace dos días se “encontraba muerto”, que en el transcurso de las últimas semanas “había muerto tres veces”, y que actualmente, los demás pacientes de la sala de hospitalización también “se encontraban muertos”. Luego de cuatro días de hospitalización pudimos apreciar la aparición de síntomas catatónicos, entre los cuales destacaron el mutismo, la inmovilidad y la rigidez. El paciente oponía resistencia a la ingesta de sus alimentos, por lo que se decidió colocarle una sonda nasogástrica y vía periférica para garantizar el aporte de alimentos.

El paciente fue diagnosticado de un episodio depresivo grave con síntomas psicóticos catatonía y síndrome de Cotard. el paciente se encuentra siguiendo sus controles en el servicio de consulta externa de psiquiatría. Regresó a su trabajo, no volvió a presentar síntomas motores, aunque por momentos presenta síntomas ansiosos.

El señor Z padecía el síndrome de Cotard,

Bélgica, trataron a un paciente que refería estar muerto. Cuando se le hizo el escáner, los datos mostraban que aquel tipo había hecho una descripción emocional muy aproximada del estado en el que estaba su cerebro, con una actividad llamativamente baja en varias áreas que están asociadas con la experiencia del YO. Los doctores estaban estupefactos. Llevaban lustros observando escáneres y nunca habían visto a alguien que estuviera de pie, relacionándose con otras personas, y con un resultado tan anormal en el escaneado, con una función cerebral que parecía la de alguien anestesiado.

Aquel hombre decía que si no estaba muerto, entonces, él debía ser un muerto viviente. De hecho, manifestaba que antes de estar muerto solía visitar cementerios porque es donde mejor se sentía. Pero más allá de esa propensión melodramática, lo que los neurólogos tenían delante era una anomalía visible en la parte del cerebro que alberga nuestra habilidad para recordar el pasado y proyectarnos al futuro. Algo estaba pasando en la región del cerebro de aquel paciente donde reside la experiencia del yo, donde se activan las percepciones sobre nosotros mismos y los demás y de donde parten las decisiones morales. Esa baja frecuencia, en esa parte de su cerebro, de algún modo, confirmaba que en un sentido simbólico...sí estaba muerto.

Uno de los tratamientos que se utilizan para los pacientes con el síndrome de Cotard es la terapia electroconvulsiva. Se les desencadenan intencionadamente convulsiones controladas.


 

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